Item CAZ1.CZ2.56 - Zorrilliario

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Zorrilliario

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  • 19--? (Creation)

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1 volante.
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(07/05/1888 - 03/09/1975)

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Semblanza de Arturo E. Xalambrí por Ángel Ayestarán
De cómo Don Arturo se forjó en su hogar y en la Fe

En un lugar de Menorca, una de la islas Baleares bañadas por el antiguo Mediterráneo, vio por primera vez la luz Antonio Xalambrí Píriz. De niño dejaron profunda huella en su sensibilidad, las procesiones del Viernes Santo, con el desfile de la Congregación de Centuriones, en que el silencioso Paso del Santo Entierro era quebrado por el desgarrador canto del “Geu”.
También en su isla natal el joven Antonio aprendió el oficio de zapatero, profesión que había alcanzado un alto nivel en Menorca. Ya con un medio para ganarse la vida y con la aspiración de obtener un mejor porvenir, unido al espíritu de aventura que nunca ha abandonado a los españoles, Antonio partió rumbo a América.
Montevideo fue el punto de destino de Xalambrí. En la capital uruguaya, encontró en aquel siglo XIX el medio ideal para que con una fuerte disciplina de trabajo e imaginación, conquistará pronto una desahogada posición económica. Unos años más tarde ya era el propietario de la mejor y más elegante zapatería del país. Todos conocían la “Xalambrí”, ubicada en la calle 25 de Mayo entre Zabala y Solís. Llegó a ser la zapatería presidencial. Allí fueron clientes el dictador Lorenzo Latorre, que gustaba de los botines de charol con elástico, tacos a la francesa y que calzaba 43. El Capitán General Máximo Santos, el más fastuoso de nuestros primeros mandatarios, tenía iguales gusto que su antecesor, sólo que calzaba un número menos. Sin embargo para Xalambrí el cliente más exigente fue Juan Idiarte Borda, el único presidente asesinado durante su mandato. Pero el más detallista era Juan Lindolfo Cuestas quien siempre usaba botines de charol a la madrileña, con taco a la francesa y número 39, exigía “calzado liviano como una pluma, rezongando terriblemente cada vez que notaba la más pequeña de las incomodidades”. De José Batlle y Ordóñez nos ha quedado una jugosa crónica: “El actual presidente también tiene a Xalambrí por proveedor. No es muy exigente en cuanto a clases y forma de calzado. Quiere únicamente botines cómodos y desprecia por consiguiente los tacos a la francesa. Lleva botín a la inglesa, unas veces de cuero de búfalo y otras de charol, pero en uno y otro caso siempre con botones. Su elevada talla haría suponer a cualquiera que posee un pie monumental…. Y efectivamente es así: calza 45”. No llegó a calzar a Julio Herrera y Obes, ya que este presidente dandy importaba su vestuario directamente de Londres y sus botines eran hechos a medida por los mismos zapateros de la Familia Real.
Asimismo, en Montevideo fundó Antonio Xalambrí su hogar con una compatriota. Fue su elegida Juana Salom Sansó, natural de Barcelona. Familia numerosa, once hijos, ocho varones y tres mujeres. Uno de los niños, nacido el 7 de mayo de 1888, fue bautizado con los nombres de Arturo Estanislao. Alumno de los Padres Jesuitas en le Colegio del Sagrado Corazón, Ex – Seminario, obtuvo las más altas calificaciones. Tanto en su hogar como en el colegio nació su devoción hacia la Madre de Dios. Perteneció a la Congregación de la Inmaculada Concepción y de San Estanislao de Kostka, fue devoto del Fundador de la Compañía de Jesús y de Santa Teresa de Jesús. Andando el tiempo, ya en la madurez acrecentó su admiración por San Francisco de Asís y así llegó a vestir el hábito de terciario franciscano como Cervantes.
Ya cercano a la ancianidad meditaba Xalambrí sobre su experiencia como congregante: “He aprendido en esta Congregación a retemplar mi alma en el comulgatorio. ¡Frecuentar el Sagrario es caldear santas ambiciones! Y al frecuentarlo ha nacido el apostolado que no se satisface con la sola conquista de la propia alma –egoísmo disfrazado de perfección-, sino que busca, anhela, clama por otras almas que ganar para Dios, y que repite con Lacordaire: ‘no digas: quiero salvarme; dí: quiero que el mundo se salve. Este es el único horizonte del cristianismo, porque es el horizonte de la caridad’. Y esta santa ambición, por manera singular, la concreté, sin desatender otras diferentes, en el Apostolado de la salvación de las almas por el Buen Libro… ¡El corazón en el Sagrario y el cerebro en la Biblioteca!”. De esta manera resumía don Arturo toda su vida.
Don Arturo fue un ejemplar funcionario del Banco de la República, se desempeñó, además, en la administración del diario “El Bien Público” y ocupó la gerencia del “Círculo Católico de Obreros”. Contrajo matrimonio con dona Eufemia Laguardia con la cual procreó dos hijas: Wilborada y Cecilia Teresa. Huérfanas de madre en la más tierna edad, don Arturo contrajo segundas nupcias con doña Cira Bildosteguy, quien se convirtió en la segunda madre de sus hijas. La primera de éstas debió su nombre a la Santa Patrona de los Bibliófilos; dedicada a las Letras, realizó una destacada carrera y se estableció en París, donde revalidó sus estudios en La Sorbonne, allí pasó a residir con su marido e hijos. Cecilia Teresa profesó como religiosa bajo el nombre de Teresa de la Pasión. Realizó sus votos en Durango, la villa natal de Bruno Mauricio de Zabala, a quien el rey Don Felipe V ordenara la fundación de Montevideo.

De cómo Don Arturo fue armado caballero cervantino

No había llegado aún a su primera década, cuando comienza a nacer en Xalambrí su pasión por El Quijote. Cada lunes su madre recibía por entregas los cuadernos de Seguí. Hacia 1897 se publicó El Quijote con ilustraciones de Pahissa. Llegar a las manos de Arturo y devorarlos fue cosa de un instante. Su imaginación de niño se ve colmada por las aventuras del hidalgo castellano y así comienzan a nacer sus primeros ideales: “Yo me he apasionado por Don Quijote porque le miro como símbolo del ideal cristiano: zamarreado por todos los galeotes que en el mundo han sido, mofado por todas las maritones, silbado o desconocido por todos los pretendidos caballeros que se andan por este mundo más del diablo que de Dios… pero que se sostiene siempre incólume en su ideal y nunca desfallece; antes bien, como un Anteo, cobra alientos y se rehace fortalecido con la contrariedad terrena, ese ha sido sostén de mis luchas personales y en el Apostolado del Buen Libro que es el ideal máximo al que propende mi vida”.
Fructificó vigorosa la pasión y el estudio por la obra de Cervantes en aquel adolescente que de tanto leer El Quijote, decidió salir un día en busca de las más diversas ediciones, y desfacer entuertos a través de lo que dio en llamar con el sonoro y peregrino nombre de El Apostolado del Buen Libro.
Con menguados medios económicos y a gran distancia de los mercados mundiales del libro, fue formando con notable paciencia y sagacidad una respetabilísima biblioteca cervantina en la austral y lejana Montevideo. En sus anaqueles se podían apreciar más de quinientas ediciones de El Quijote. Entre ellas la edición de Velpius de Bruselas de 1611 –publicada en vida de Cervantes-, la de Amberes de 1738, la de la Real Academia Española de 1780, la de John Bowle de Londres de 1781 –primer comentador de El Quijote-, la de Clemencín de Madrid de 1833. Las ediciones ilustradas por Cpypel, Vanderbank, Carnicero, Ximeno, Estebanillo, Morags, Madrazzo, Johannot, Doré, Balaca, Pellecicer, Pahissa, Jiménez Aranda, Moreno Carbonero, Degrain, Sorolla, Mestres, Serizawa, Vázquez, Ribas, Mahn. Asimismo, hallamos las ediciones traducidas a más de treinta idiomas. No sólo El Quijote, sino toda la obra de Cervantes haya cabida en la colección de Xalambrí. Unos seiscientos volúmenes sobre biografías, crítica, con títulos tales que hacen apreciar la universalidad del Manco de Lepanto: “Cervantes teólogo”, “Cervantes marino”, “Cervantes en ciencias médicas”, “Cervantes viajero”, “Primores del Quijote en el concepto médico-psicológico”, “Tipología del Quijote”, “Cervantes y el Evangelio”, “Historia clínica de Cervantes”, “Animales y plantas en El Quijote”, “Filosofía del Derecho en el Quijote”, “Cervantes y el Derecho de Gentes”, “La criminología del Quijote”, “Cervantes administrador militar”. Completan esta colección aproximadamente tres mil recortes de artículos y una nutridísima correspondencia que mantuvo don Arturo, a lo largo de su vida con destacados cervantistas y escritores. A lo que se le suman varias estatuas, cuadros, bustos, medallas, jarrones, bandejas, tinteros y diversos objetos con la temática cervantina.

Don Arturo salió a montar la Primera Exposición Cervantina

En el año 1947 se celebró en todo el orbe el IV Centenario del nacimiento de Don Miguel de Cervantes Saavedra. Que mejor ocasión para que Don Arturo, con la generosidad que le era característica, organizara una exposición cervantina, abriendo a todos los interesados su valiosa colección. El solar escogido para la muestra fue la magnífica mansión que se ubicaba en las avenidas Bulevar Artigas y Rivera, obra del prestigioso arquitecto argentino Alejandro Christophersen, y que en un arrebato de barbarie fuera demolida en la década de 1990. Esta casa que fuera construida para residencia de la familia de don Ignacio de Urtubey y que más tarde fuera residencia presidencial durante el mandato de Baldomir y sede luego de la Legación de España, para ocuparla finalmente la Asociación de Estudiantes y Profesionales Católicas.
Cuatro salas estuvieron dedicadas a la exposición del material cervantino. En la primera, lucían las ediciones españolas y los volúmenes adaptados para niños. A continuación se entraba en la sala donde se hallaban las ediciones impresas fuera de España. La tercera sala estaba destinada a todos los objetos relacionados con Cervantes y su obra, arte artesanía, curiosidades. Finalmente, en la última pieza se exhibían las biografías sobre Cervantes, láminas y muebles historiados con la gesta quijotesca. Innumerable público de todas las edades visitó la exposición, destacándose de manera especial los miles de estudiantes que recorrieron la muestra en honor al Príncipe de los Ingenios Españoles.
El entonces Arzobispo de Montevideo, elevado luego a la púrpura cardenalicia, Mons. Antonio Ma. Barbieri, declaró inaugurada la muestra con elogiosas palabras hacia la exposición y a su mentor. En un pasaje de su alocución re refirió con estos conceptos a la obra del gran escritor: “ en la obra de Cervantes resplandecen, en un grado de suprema excelencia, el entendimiento, que raya en genio sublime y su vida, de tanta altura espiritual en sus constantes pruebas que sufrió con fortaleza cristiana. La lengua que nace y se desarrolla con la nacionalidad, si tiene en el Cid, las Partidas, los Místicos, sus escalones y ascensos, en Cervantes resume el caudal de los siglos anteriores, fija y ensancha su armonía en los grandes períodos del Quijote y asimismo precisa los perfiles de la lengua popular. Hablamos la lengua española, que es la lengua por antonomasia de Cervantes. En cuanto a lo espiritual, la vida de Cervantes en la Fe Católica le mueve a expresarla con grandeza en sus libros. Esto mismo es lo que, elaborado por su genialidad, eleva toda su obra literaria. Su magnánimo carácter informa la grandeza del Quijote”.
No podía quedar completa la muestra sin un gran acto cultural, que desbordó las instalaciones de la mansión. Así el 29 de octubre Lauro Ayestarán ofreció una conferencia con ilustraciones musicales, de los cuales deja constancia la siguiente crónica: “Sus conocimientos de seria erudición, de crítica maestra y de brillantez expositiva del Prof. Lauro Ayestarán, en la conferencia que concitó público ansioso de oírle en el espaciado salón. Previo un exordio descriptivo de la época cervantista en relación a la música, limita el vasto panorama musical quijotesco a las óperas capitales dejando de cada autor y obra la justa valoración expresada con toda amenidad. Resalta, pues, los nombre de Purcell (1695), el célebre músico inglés, primero en componer una ópera sobre D. Quijote. Y cabe anotar que Inglaterra se destaca por ser el país extranjero que primero publicó dicha obra, asimismo el primero en una hermosa edición española con suntuosidad y primero con una biografía de Cervantes y primero con comentarista. Y sigue juzgando a las óperas alemanas de Ditters, “Preciosa” de Weber, “las bodas de Camacho” de Mendelssohn, Strauss; del italiano Paisiello; de los franceses Massennet, Ravel, Ibert; de los españoles Esplá con “Don Quijote velando las armas” y Falla con su celebrado “Retablo del Maese Pedro”. Y también otros compositores de importancia. El bajo D. Eduardo García de Zúñiga matizó y acentuó la conferencia con varias canciones de Ravel, acompañado al piano con su magistral ejecución por el Prof. Héctor Tosar Errecart, mereciendo ambos los mejores aplausos”.
Su preocupación por la difusión del libro –el buen libro, acotaría Don Arturo-, lo llevó a fundar varias bibliotecas. La Catedral de Montevideo fue el primer lugar escogido para montar una de ellas, a la que le dio el nombre de “Mariano Soler”, en homenaje al sabio pastor. Durante varios años ejerció su dirección y llegó a contar con más de seis mil volúmenes. La biblioteca del Círculo Católico de Obreros también fue objeto de su dedicación y generosidad. Con un espíritu propio de cruzado, llegó hasta los seres más sufrientes y apartados de la sociedad, los leprosos. En el hospital Fermín Ferreira, donó dos bibliotecas, con libros y muebles, una para las mujeres y otra para los hombres. Cumplía a cabalidad con uno de sus lemas: “Los buenos libros son escalones del cielo. Quien los da sube y hace subir por ellos”.

De los trabajos que salieron de la pluma de Don Arturo

Quien con generosidad tanto lee y estudia, alguna vez siente la necesidad de tomar la pluma para expresar y comunicar a sus semejantes los ideales que inquietan a su espíritu. Don Arturo no fue ajeno a este sentimiento y dejo una extensa obra escrita.
Con el seudónimo de Juana de la Ferlandière publicó, en 1916, “Cartas Femeninas”; conjunto de cartas con un claro sentido moralizador. Un original folleto publica en 1923 sobre “La religión del héroe”. En 1938, con motivo de celebrarse el III Congreso Eucarístico Nacional, dio a luz “Floresta Eucarística”; que tuvo el privilegio de ser el primer libro de poesías eucarísticas en español. Un año más tarde, reimprime con comentarios propios la pastoral de Mons. Jacinto Vera titulada “La inmoralidad e irreligión a causa de los malos libros”. En el año 1939 publica dos obras: “Esquema vital de Jerónimo Zolesi”, reconocimiento al esforzado compatriota y “Una lumbrera del episcopado español: Monseñor Leopoldo Eijo Garay”, opúsculo donde resaltaba los valores intelectuales y morales que adornaban al Obispo de Madrid. Tres trabajos más da a conocer en 1946: “La Bibliografía es archivo, erario y blasón de la cultura”, en homenaje al Papa Pío XI, quien antes de su elevación al trono pontificio, se había desempeñado como bibliotecario de la Santa Sede. “Catolicismo y Protestantismo”, la célebre obra de Mons. Mariano Soler, a la cual Xalambrí agrega un largo y sesudo prólogo. “Boceto del Presbítero José Ma. Fontes Arrillaga”, estudio sobre este sacerdote poeta, que completa con la recopilación de sus poesías en “El libro que su autor no vio”.
La figura del célebre jesuita historiador y formador de juventudes que fue Juan F. Salaverry, a quien Xalambrí conoció y admiró, quedó plasmada en su trabajo “La figura del Padre Juan F. Salaverry sobre el pedestal de sus libros”, del año 1947. Luego de un fermental viaje a España, Don Arturo publica en 1954 “España y Uruguay bajo el manto de María”. Lector incansable de Juan Zorrilla de San Martín, compone en 1956 su “Bibliografía fragmentaria y sintética del doctor Juan Zorrilla de San Martín”, obra de consulta para todo estudioso del poeta de la Patria. Decenas de artículos sobre diversos temas vieron la luz en publicaciones periódicas como: “El Bien Público”, “el Amigo”, El Diario Español”.

En los últimos pasos de la vida

A comienzos de la década de 1960, un periodista español visitó la casa de Don Arturo. A su vuelta a Barcelona publicó un artículo en el cual nos dejó sus impresiones: “Su mansión, una sencilla y holgada vivienda de Montevideo, apartada del ruido de las grandes arterias ciudadanas. Sobre la puerta, su escudo –Don Quijote y Sancho cabalgando- y el mote ‘Vive el ideal’. A la derecha e izquierda del zaguán una Inmaculada y un mosaico quijotesco. Llamamos: salió la sobrina, luego e propio don Arturo, campechano y vivaz; su aspecto desmiente los 70 que lleva a la taleguilla. Desde el primer momento cautiva su simpatía. Subimos a su biblioteca-santuario: cuadros, porcelanas, diplomas, todo ambienta en torno a la obra cervantista. A veces la foto de alguna otra devoción: Zorrilla de San Martín, Menéndez y Pelayo, Balmes … Un magnífico pergamino con las mejores firmas católicas uruguayas es fehaciente testimonio del apostolado del Buen Libro, que siempre fue la palestra católica del señor Xalambrí. Porque, eso sí, don Arturo es católico a machacamartillo ‘cogitatione, verbo et opere’. Entramos en la biblioteca museo: es para quedar uno extasiado. Cuanto acerca de Cervantes se ha escrito en libros, revistas, periódicos… todo tiene cabida en aquel holgado, pero incapaz recinto. Si todo libro tiene su historia, la historia de los libros del señor Xalambrí es por demás aventurera. Y sólo así se explica la rareza y variedad de los ejemplares que en ella se guardan: desde el Quijote en japonés del cual se hicieron sólo 70 ejemplares, pasando por otras ediciones en chino, árabe, griego, vasco, sueco, quechua, guaraní, hebreo, inglés, francés, muchas en italiano y muchísimas en castellano, forman el conjunto admirable de unas 400 ediciones diversas. Nos muestra la primer edición americana, realizada en Montevideo en 1880, verdadero timbre de gloria para la prensa uruguaya; otra en latín macarrónico, aquella que comienza por ‘In unus locus manchegus cuius nomen non volo calentare cascos…”’.
Años más tarde trasladaría su residencia al balneario San José de Carrasco. A la luz del sol se le veía caminar siempre con un libro en la mano, que aprovechaba a leer en cada descanso; y así como el Caballero de la Triste Figura: “en los últimos pasos de la vida” le alcanzó “el de la muerte, en vejez suave y madura”, era el 3 de setiembre de 1975.

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1 volante con foto dedicada a Arturo Xalambrí por Juan Zorrilla de San Martín en el año 1920.
En el anverso figura el texto "Zorrilliario", escrito por Arturo Xalambrí.

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